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tarlela verdad, y así á las veces, se vé el mérito abatido, contra la misma voluntad del jefe, á quién luego se le gradúa de injusto, procediendo con la mejor intención.

Luego queme trajeron algunos prisioneros, y que ya se acercaban las dos de la mañana, hice poner la tropa sobre las armas, mandé que bajasen al puerto,y empecé el embarco, de modo que cuando atravesaban el Paraná, puestos los soldados en pie, en uno y otro costado de las balsas, formadas en batalla, los oficiales en el centro, empezaba á rayar el día, y en confuso, podía verse desde el Campichuelo.

Después de atravesar el rio,que era lo más penoso, así por la subida que había quehacer, como por el caudal de corriente, que era preciso vencer, para entrar al remanso de la otra costa, bajaban y desembarcaban dentro de un bosque espeso, que habían abandonado los paraguayos, en la sorpresa, y creían lleno de gente, por la óptica de la tarde anterior, y por los tiros contra la guardia avanzada, de la que los que huyeron fueron á decirles, que había ya mucha gente en tierra.

Al salir el sol, mandé al Mayor General en el bote, y fué con un ayudante y otros oficiales, á que reuniese la gente y presentase la acción; al mismo tiempo salió mi ayudante don Manuel Artigas, capitán del regimiento de América, con cinco soldados, en el bote de cuero, y el sub-teniente de Patricios, don Gerónimo Elguera, con dos soldados de su compañía, en una canoita paraguaya, por no haber cabido en las balsas. El bote de cuero emprendió la marcha, y la corriente lo arrastró hasta el remanso de nuestro frente; insistió