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MEMORIAS

con la pretension de cortarle los talones, porque dicen que a ellos, que tienen talones de perro, se les han gastado ya de tánto trajinar en busca de de noticias.

I ¡felicidad de todos los muertos! nadie recuerda ya los deslices i fechorías de Can-Pino, i todos aseguran que ha muerto en olor de santidad, aunque a media cuadra, el finado despide un olorcillo que no es de pachulí.

Son tales los elojios que de Can-Pino se hacen, que no será raro mañana lo canonicen como a Cuatro-Remos.

Sin embargo, algunas perras beatas que han ido a verlo, lo han rociado con agua bendita al saber que murió sin confesion.

El entierro será majestuoso. Todos los perros de la capital asistirán a la ceremonia fúnebre.

Desde luego, prometo a mis lectores hacer que un fotógrafo saque una vista del cortejo, que haré reproducir el Sábado próximo en mi periódico, pues sé que todos mis abonados abrigaban profundas simpatías por un perro que valia, por su intelijencia i lealtad, más que muchos hombres que pasean orgullosos sus vicios por nuestras calles.

Deseo ardientemente que la digna familia del finado Can-Pino encuentre un lenitivo a su justo dolor en las innumerables pruebas de sentimiento público que ha dado la sociedad canina por la desaparicion, del mundo de los vivos, de uno de sus mas esclarecidos miembros.