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MEMORIAS

rrueco en la parte posterior, para darle salida a la cola.

La primera vez que me vistieron el traje militar, me sentí hombre, i miré con cierto orgullo a los demas quiltros i perros del conventillo.

¡Yo, un pobre perro, habia sentado plaza de soldado!

¡Cuánto debia yo mas tarde de arrepentirme por haber abrazado aquella ingrata carrera!

La cosa no era así como así tan fácil i sencilla: el traje era lo de ménos: habia que andar en dos patas. Esto, que para algunos señores diputados suele ser cosa de poco más o ménos, para mí fué obra de romanos, nó de gatos romanos, sino de romanos de los buenos tiempos del paganismo.

El veterano era un terrible instructor. Cuando yo, aquejado por dolores de riñones i caderas, largaba el fusil i caia sobre mis cuatro patas, rendido de cansancio, con la pierna de palo me propinaba un puntapiés que me hacía ver estrellas medio dia.

En mi nueva carrera llevaba una vida de perro, que me hacía recordar con pena mi permanencia en casa de la beata i hasta me sentia dispuesto a sufrir los actos indecorosos a que la solterona me obligaba, con tal de colgar la casaca i dejarme de ejercicios militares.

¿Qué pensaba aquel veterano hacer de mí? ¿Un militar hecho i derecho que, en caso de necesidad, fuera a una batalla a hacerse matar pour le roi de Prusse?

Yo me decia: que los hombres peleen como los perros, está dentro de la lójica; pero que los perros peleen como los hombres, no es justo ni razonable.