—Entónces, ¿te llamo un escribano?
—No, llámame un escribiente; que, para un testamento simple, en que no lego bienes de fortuna, el notario está de más...
—Pues, para escribiente, ahí está Torquemada, que sabe escribir como tú...
—Está bien; que venga ese niño i que escriba con letra clara mis últimas voluntades.
(La letra del testamento de Can-Pino parece hecha con las patas, como que es la letra de un quiltrillo inesperto i educado por un hermano de San José.)
Dice así:
«En el nombre del pavo, del buitre, del jote i del pequen, amen. Yo, el perro Can-Pino, hijo de perros conocidos i domiciliados en la capital de Chile, en el pleno uso de mi razon, ya que no de mi apetito, dispongo como mis últimas voluntades lo siguiente:
1.°—Quiero que mi hijo Torquemada siga en casa de don Querubin; i que, al fallecimiento de este protector de la canina, éntre al servicio de un liberal, i jamás al de una beata, i mucho ménos al de clérigos o frailes, que son personas que nos obligan a hacer cosas que están reñidas con nuestra dignidad.
2.°—Igual cosa mando que haga mi esposa Musidora, a quien tambien ordeno que evite las levas, por ser anticonstitucionales i ocasionadas a escándalos callejeros.
3.°—Mando a mi mujer i a mi hijo que siempre sean leales como su padre, que, si de lealtad puede traerles persecuciones i carcelazos, en todo caso ella nos evita el remordimiento i la deshonra.