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DE UN PERRO

Un paréntesis.

Talvez más de una señora o señorita que estas memorias lean se indignarán porque en ellas muchas veces llamo mujer a Musidora, a una perra!

Pero estos cambios de vocativos los he aprendido de los hombres.

A una beata oí que a su confesor le decia: perrito lindo! i el santo sacerdote le contestaba diciéndole: perrita mia!

Los franceses, por cariño, llaman a sus queridas, mi gata.

I el llamar palomita, perrita, gatita a una mujer es lo mas corriente en este mundo.

Por lo cual he creido yo que, en despique, un perro bien podia llamar a su media naranja su mujer.

Hecha esta salvedad, continúo.

Decia que mi mujer, al calificar de embusteros a los presbíteros que negaban la existencia del alma de los perros, se habia enredado en sus propias redes.

Calló, para despues de volver a la carga con otra pretension tan ridícula como la primera.

—Ya que no quieres confesarte, te llamaré un escribano para que hagas tu testamento, me dijo.

—¿Mi testamento? ¿i qué tengo yo que testar?

—Si no tienes fortuna que dejar a tu mujer i a tu hijo, tendrás por lo ménos que legarles el tesoro de tu esperiencia...

—Eso es distinto... i como me sobra la esperiencia... ¡Ai! creo que me ha vuelto el maldito arestin... Ráscame el espinazo, Musidora, ráscame el espinazo... como me sobra la esperiencia, de ella podré dejarle buena parte a mi familia...