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DE UN PERRO

Cuando el inválido notó que seguia sus pasos, se detuvo i como que pareció enamorarse de mi figura, que ¡vamos! no era tan despreciable; con el brazo bueno sacó un pedazo de pan de su faltriquera, me lo arrojó al aire, i yo lo peloteé en el hocico con la mayor destreza. Esta lo cautivó, i haciendo castañuelas con los dedos, me decia: Pichicho! pichicho! pichicho!

Yo lo seguí hasta su rancho, donde, como soldado veterano, lo primero que hizo fué darme el rancho, que fué bastante frugal.

Mi nuevo amo me bautizó con el nombre de Chorrillos, nombre de guerra que no debia ser el último.

Este cambio de nombres es corriente entre los racionales, por lo cual no me avergonzaba, ya que en Chile es tan frecuente que uno que ayer se llamaba radical o liberal, mañana se llame montt-varista o conservador.

I los brutos no debemos avergonzarnos de hacer lo que hacen los sabios.

De seguro que el inválido me encontró marcial catadura, pues desde el primer dia me dedicó a la carrera militar.

De algo que en su tiempo debió ser colcha roja, me hizo un par de pantalones, i de lo azul de un harapo que debió ser bandera chilena, una chaqueta de soldado; el quépis fué herencia de un tambor.

Digo mal cuando digo que el inválido hizo mis arreos militares, ya que lo que hizo fué sólo pedirle que los hiciera a una vecina del conventillo en que mi amo vivia.

Un aprendiz de carpintero trabajó el fusil.

A los pantalones tuvieron que hacerle el ma-