Yo me decia:
—¿Qué perra podrá hoi dia resistirme, cuando sepa que soi rico i perro capaz de echar por ella la casa por la ventana?
No habia andado seis cuadras, cuando me encontré con una leva.
Atropellando a todos los perzos i quiltros de la amorosa comitiva, me puse al habla con la perseguida Dulcinea, i le dije:
—No haga usted caso, hijita, de esos pretendientes, i véngase conmigo, que ando enchauchado i puedo sacarla de peladuras.
I enrisqué los labios para mostrarle el dinero que guardaba yo en el hocico.
La perra escuchó mis palabras como quien oye llover, i dió una lánguida mirada a un perro leonero, que de mui cerca le hacía la corte.
Burlándome de aquel desaire, quise darle un abrazo a la dama; pero el leonero se me vino a las barbas, i nos trenzamos a tarascadas.
Por supuesto que yo, para defenderme i atacar a mi rival, tuve que soltar mi platita, que se arrebataron los quiltros en un amen, Jesus.
Yo seguí al que cojió una peseta, tanto por rescatarla como por sacarle el cuerpo a mi contendiente, que ya en la pelea me habia sacado media oreja.
Le di alcance e iba ya a hincarle los colmillos, cuando... ¡reconocí a mi hijo!
—¡Muchacho! le dije: ¿qué andas haciendo a estas horas i en tan mala compañía?
—¿I usted, papá? me preguntó el rapazuelo.
—Yo... yo... yo andaba buscándote para que le llevaras algo a tu mamá...