ponian a roncar, los despertaba, pasándoles un trago de aguardiente para el frio...
Pero, al fin, el sueño venció a los tres veladores.
Entónces, aproveché la ocasion.
Habia yo recibido dos palizas injustas, i creí necesario castigarlas.
Con las patas escarbé entre los harapos hasta que encontré el talego, que cojí con el hocico i salí puerta afuera.
I, para conocer el fin de aquella aventura, me eché detrás del rancho, en medio de la oscuridad de la noche.
A poco llegaron dos hombres de mala catadura: eran ño Calistro i otro bandido.
Hablaban en voz baja i decian:
—¡Ciego tal por cual! carito va a pagarme la que me ha hecho!...
—Pero tan tontazo vos, hó, que fuistes a crerle! I ¡bonitas te habís puesto las manos con la plata que dejó en la olla!
—Lo que él hizo en ese tiesto lo voi a hacer ahora yo en su boca... ciego hijo de una gran...!
I se dirijieron a la puerta del rancho.
Entónces empezó una de gritos, blasfemias, palos i cintarazos que ni en el Infierno.
Borrachos i a oscuras, Blas con la tranca de la puerta, el policial con su chafarote, i el mendigo con su baston, se pusieron a dar palos de ciego, sin saber quién los daba ni quién los recibia.
Yo aproveché aquella batahola i emplumé con mi bolsa con dinero.