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MEMORIAS

Entónces, el ciego dijo a su lazarillo:

—Oye, Blas, anda a la comisaria de Yungai, i dile al comisario que me mande un policial porque hei sabío que esta noche vienen a saltiarme...

El muchacho obedeció.

Luego, el ciego salió conmigo i nos dirijimos al lugar del entierro.

Escarbó i sacó la olla. ¡Cosa estraña! El dinero habia vuelto a la olla...

¿Qué habia sucedido?

Que el ratero colocó en ella lo robado, ménos tres pesos, para que el ciego, creyendo intacto su Tesoro, dejara allí mismo los cien pesos de que le habia hablado a ño Calistro noche. El pillo cayó en el lazo.

Ño Juan de Dios metió en un talego su tesoro, hizo dentro de la olla algo poco decente, la tapó, la enterró i se volvió a su tugurio.

Cuando llegamos, nos aguardaban Blas i un sereno, a quien dijo el ciego:

—Vecino, cúideme esta noche mi casa, i yo le daré mi pasa-mano.

—Bueno, ño Juan de Dios.

El ciego suponia que, descubierta la burla que hacía a su compadre, éste se vendria a vengarse a su tugurio i talvez en mala compañía. |

En el cantarito quedaba aguardiente, i circuló de boca en boca, pero a oscuras i con la puerta del rancho entornada...

Yo vi que el ciego habia escondido su tesoro en un hacinamiento de harapos.

Se me quitó la cadena, para que pudiese con mas libertad defender la casa.

El ciego no dormia, i cuando el paco o Blas se