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DE UN PERRO

—Si, compadrito, respondió el ratero, haciendo sonar en su bolsillo un puñado de pesetas.

Como en la noche anterior, se bebió largo, i cuando Blas roncaba i ño Juan de Dios estuvo a solas, salimos i ¡a las higueras se ha dicho!

Cuando el ciego sacó la olla, lanzó un rujido de cólera, ¡Le habian robado su tesoro!

Yo me llevé algunos palos, que no sé si el ladron me los endosaria; pero, a Blas, ni una palabra.

A la noche siguiente, reunidos los tres bebedores, el ciego dijo a su compadre:

—Compadrito, voi a revelarle un secreto...

—¿Un secreto?

—Si, un gran secreto.

—A ver, compadre.

—Ma de saber usté que el oficio mio es tan bueno, que cada dos o tres semanas entierro mis cien pesos al pié de una de las higueras de Zapata.

—¿Es posible, compadre?

—Lo que oye... como que esta noche me toca ir e echarle a la ollita otros cien pesitos.

—I ónde hace su entierro, compadre?

—Ménos avirigua Dios i perdona, dijo el ciego sonriendo maliciosamente.

El ratero tambien sonrió, i su sonrisa fué diabólica.

Como que él era el autor del robo.

—¿I a qué horas va usted, compadre, a hacer esa indilijencia?

—Entre doce i una.

El ratero calló, i cinco minutos despues, haciéndose mas borracho de lo que estaba, se despidió.