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DE UN PERRO

—¡Mon Dieu! mon Dieu! quelle plessanterie! quelle plessanterie!

Aquel dia lo pasamos divinamente. Hasta una veintena de franceses llegaron a visitarnos i a darnos la bienvenida: éramos los leones de la casa.

Pero en la mañana siguiente, mui de alba, pasamos un susto in folio.

La noche anterior la policía habia repartido albóndigas entre la raza canina.

I llegaba a nuestra casa un carreton cargado de perros muertos.

¡La casa aquella era una curtiduría!

¡I de nuestro cuero: se hacia badana i se falsificaba cabritilla!

¡I talvez a nosotros se nos iba a sobar la badana!

Así, pues, nos quedamos chiquititos i con el credo en el hocico.

Despojados de su pellejo los cadáveres de nuestros compañeros, cargó con el resto un fabricante de pequenes.

¡Qué destino se nos aguardaba!

Despues de desollarnos, nos harian pino de empanadas!

Ese dia apénas almorzamos. En cambio, teniamos la lengua seca, i por mal de nuestros pecados, se nos ocurrió beber en un pozo en que remojaban cáscara de lingue, sustancia de las mas astrinjentes.

Al momento se nos frunció el hocico, hasta el punto de que ni ladrar podíamos.

Los gabachos de la fábrica se rieron a mandíbula batiente a nuestras costillas.

Entónces me acordé de un hecho parecido que