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MEMORIAS

echando en el cesto pescado, mariscos, legumbres, ensaladas, todo un arca de Noé, i a cada compra que hacía, se echaba tambien a la izquierda algunos centavitos, murmurando:

—Esto lo economizo para mí, ¡i que se friegue la patrona!

Por fin, entramos a una carnicería, el dueño de ella, lanzó este grito:

—¡Can-Pino!

Yo crei ver al Diablo, como que hasta cuernos le vi: era don Martin, el carnicero, el devoto mayido de doña Irene!

Soltar el canasto i echar a correr fué todo para mi obra de un segundo.

Corriendo iba como beata que lleva el Demonio, cuando de la chocolateria de Cristóbal Morales, me salieron al encuentro Musidora i Torquemada.

¡Qué escena aquella tan conmovedora!

Mi pata se resiste a describirla.

En fin, despues de las primeras olidas, lumeduras a manotadas, los tres nos metimos debajo de una mesa del puesto de Morales, i nos pusimos a conversar familiarmente.

Les conté mis pasadas aventuras, mi prision, las hambres caninas pasadas en ella, todo, todo. Entónces, Musidora me dijo:

—Si tan mal te han tratado, Garibaldi......

—No me llames así, que he cambiado de nombre.

—¿Cómo te llamas ahora?

—Can-Pino.

—¡Ai! ¿nombre de presbítero?

—Sí.

—Está bien; si tan mal te han tratado, Can-Pi-