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MEMORIAS

Lobo Marino, poco conocedor de la solapada política de los zorros de Loyola.

El alcaide interrumpió nuestra conversacion, diciéndome que me despidiera de mi hijo.

—Adios, hijo de mis entrañas!... I aún no me has dicho cómo te llamas...

—Torquemada, papá.

—Nombre de inquisidor!... Mejor, porque así te verás libre de las asechanzas de los inquisidores de mi tierra... Abraza con las cuatro patas a tu mamá, lámele el hocico i dile que su Can-Pino no la olvida...

—Adios, papá.

—¡Adios!

XI

Quince dias despues llegaba a mi cárcel un perro negro, me hacía llamar a su presencia i me decia:

—Señor Can-Pino, aunque usted ha sido un gran conspirador...

—¿¡Yo, señor!?

—¡Silencio! No quiero que se me replique! Aunque usted ha sido un gran conspirador, yo lo perdono i le perdono tambien el carcelazo i vejaciones de que usted ha sido víctima, i quiero que usted olvide todo eso i vaya a trabajar como perro honrado.

¡I yo tuve que darle las gracias!

Y salí en libertad tan en ayunas como habia entrado de las causas de mi prision.

—¡Oh! la libertad! ¡qué bien se aspira el aire de la libertad!

A paso de carga salí a la calle, i por la del Ma-