Página:Memorias de un perro escritas por su propia pata.pdf/45

Esta página ha sido corregida
47
DE UN PERRO

órden de meterme incomunicado en un calabozo,

Allí me eché sobre el frio pavimento, al lado de una parrilla de fierro. ¿Seria aquél un calabozo de la Inquisicion?

Nó, porque, segun supe despues, la tal parrilla era un catre.

Por primera vez en mi vida me encontraba preso. Se me oprimió el corazon i rompí en dolorosos aullidos. Pero un guardian me hizo callar. ¡No podia ni aún llorar mi desgracia!

Callé, me tragué mis lágrimas i me hice costa consoladora consideracion:

—En fin, tendré casa i comida costeadas por el Estado.

¡Qué comida!

Cuando llegó la hora de ésta, un guardian abrió la puerta de mi calabozo, i gritó:

—Los porotitos!

Pero, como yo no tenia ni un pedazo de callana en qué recibirlos, me contenté con mirarlos i con aceptar una galleta negra, la olí, le hinqué los colmillos i no pude pasar bocado. Tenia un forro como de suela i era mala a carta cabal.

Sin embargo, cuando mas tarde me apuró el hambre, tuve que hacerle honores como de bizcocho; pero cada bocado se me atravesaba en el gaznate como remordimiento de conciencia, que podia al fin pasar a fuerza de tragullones de agua.

Así, ayunando a pan i agua, me tuvieron ocho dias mortales, hasta que una tarde el guardian me dijo...

—Señor Can-Pino, ahí está su mujer i su hijito...

—¿Mi mujer?

—Sí, una tal Musidora, que era artista...