«¡Oh, justicia terrenal!
Tu sabiduría envidio:
El inocente, a presidio,
I a su casa, el criminal!»
Por el camino me hacía estas reflexiones:
—Si me interroga el juez respecto de mi vida pasada, le diré que mi conducta ha sido ejemplar; que, si abandoné la casa de la beata, fué porque se me obligaba a hacer cosas que pugnaban con mi dignidad; que, si dejé al inválido, no fué porque me vendí, sino porque me vendieron; que, si dejé una noche burlado al siñor Platuni, fué porque el amor obliga a hacer disparates tanto a los perros como a los hombres; que, si dejé el convento, fué por falta de vocacion i porque el descubrimiento de los zapatitos me convenció de que contra mi voluntad me habian hecho ingresar a la órden de los terceros, i yo no he nacido para tuturuto; que, si mordí a frai Hilarion, fué por defender la honra de mi amo, que no supo premiar mi lealtad; que, en fin, si abandoné el convento de la calle de Santa Rosa, fué porque, a continuar allí, a fuerza de ayunos, en pocos dias en lo flaco me habria parecido a San Francisco de la Bóveda, i porque en Chile no hai esclavos, i cada perro goza de la libertad que le concede la Carta Fundamental.
XI
Inútiles fueron todas aquellas apolojéticas reflexiones que sobre mi conducta ejemplar hacía, porque, en llegando a la cárcel, en vez de verle la cara al juez, sólo se la vi al alcaide, que dió