ta a los canarios: ¡con cáñamo! Llegó la noche, i con ella empezaron a llegar al convento paisanos, militares i personas sospechosas, que no se quitaban el sombrero ni por un millon de pesos, acaso por ocultar una calva redonda como un sol, i obra al parecer de la navaja del barbero, i un cogote rapado como gallo de pelea.
Líbreme Dios del juicio temerario; pero entre estos últimos personajes habria jurado adivinar la fisonomía de frai Hilarion.
Se repitieron los cantos sagrados de la noche anterior, i mui particularmente unas antifonas que tenian por motetes zamba que lirá! i mirá cómo le hace!
De repente, un grito de entusiasmo, parecido a un gloria in exelsis Deo, se dejó oir en todo el convento. Un señor senador habia dicho a la madre abadesa:
—Vamos a cenar!
Yo mismo respondí con el coro femenino:
—Vamos!
¿Con que esa noche íbamos a tener cena?
¡Oh! qué felicidad!
Me fuí a la cocina; pero el hogar estaba apagado.
Me fuí a lo que tomé por gallinero, i ni ratas encontré en él.
Busqué la despensa, i no la hallé en toda la casa.
—¿Qué va a cenar esta santa comunidad? me pregunté.
Al cabo salí de dudas.
¡Iban adonde Gage a cenar!
¡Me llevarian a mi?
Cuando todas las monjas tuvieron puestos sus