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MEMORIAS

Cuando me vieron, armaron una gran algazara.

—¿De dónde ha salido este perro, niña?

—¡Qué animal tan feo!

—¡Qué animal tan bonito!

—¿Matémoslo?

—Nó: sería desacreditar la casa matar aquí un perro...

—Mira: los ojos son parecidos a los de tu Lucho...

—Calla, tonta! Tu Alberto sí que tiene las mismas narices de ese perro...

—Já, já, ja! ¿I las orejas? Son iguales a las de tu Eduardo...

—¡Envidiosa!

I así fuí pasto, durante media hora, de la lengua de las reverendas, hasta que acordaron mandar buscar almuerzo.

—¡Eureka! esclamé yo.

Pero el almuerzo se redujo a pan de grasa i a chancho arrollado, almuerzo del que apénas toqué el cáñamo del arrollado.

X

A las seis de la tarde, las reverendas madres (sin hijos) acordaron por unanimidad de votos mandar buscar que comer.

La comida fué ménos frugal que el almuerzo, pues, al pan de grasa i al arrollado, se agregó un pedazo de queso fresco, sin cáscara, es decir, ¡sin cáscara para mí!

Apesar de tener yo una de perro mui pronunciada, las monjas debieron tomarme por canario, pues me querian alimentar con lo que se alimen-