Página:Memorias de un perro escritas por su propia pata.pdf/37

Esta página ha sido corregida
39
DE UN PERRO

esposa, me apresuré a venir a bendecirles algunas velas...

—Santo padre, contestó don Martin: no tengo cómo agradecer a la comunidad franciscana los favores que me dispensa; pues, gracias a frai Hilarion, me he librado esta noche de un salteo, i gracias a su paternidad, me libraré de quedarme mañana a oscuras, si su paternidad me bendice todas las velas de mi despacho...

—Es un deber de nuestro sagrado ministerio...

—Mi esposo se ha librado, padre, de ser asesinado, pues en el tribunal de la penitencia supo frai Hilarion que una partida de bandidos debia esta noche darnos un asalto.

—I, si yo no entré por la puerta, fué porque, al acercarme aquí, noté que frente al despacho habia un grupo sospechoso; tuve miedo i preferí saltar las tapias del huerto.

—Ah! esclamó don Martin, dando un resoplido de tranquilidad. ¿Con que dice su paternidad que vió un grupo sospechoso frente a mi despacho?

—Sí, mi amigo.

—Entónces ¡son ellos! Voi a esperarlos con mi carabina al hombro. Pero ántes, para el frio, echaremos un taco de este aguadito. Sírvase, padre maestro; sírvase, frai Hilarion...

Empináronse los tres personajes sendos vasos de ponche, i don Martin corrió a su apostadero, dejando a su cara mitad en la santa compañía de los dos santos relijiosos.

En cuanto se alejó el carnicero, suscitóse entre éstos un furibundo altercado.

—¿Con que esta noche tenemos salteo?

—¿Con que mañana tenemos tinieblas?

—Su salteo es una solemne mentira!