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DE UN PERRO

Yo, que todo esto oia i que veia que mi amo le creia más a un hipócrita que a un perro, me decia entre aullido i aullido:

—En adelante, ¡un buen diablo que chisto aunque vea saltar las tapias a toda la comunidad!

La cosa terminó en un ponche i en que, armado de una escopeta, se apostara don Martin detras de la puerta del despacho, porque tenia despacho, pues por ahi, segun frai Hilarion, debian iniciar su asalto los bandoleros.

Para hacer la guardia sin peligro de resfrío, don Martin se envolvió las piernas en un: grueso chamanto, i el busto en un negro chalon de su mujer.

Cada media hora volvia a su dormitorio, en donde encontraba rezando el rosario a doña Irene i al freilo, se echaba al cuerpo un buen taco de ponche mascullando entre dientes un ave-maría i luego regresaba a su apostadero.

A poco llegaron hasta mis orejas los ronquidos del carnicero, i creo que tambien llegaron hasta los oidos de los rezadores, porque éstos callaron, sin duda para rezar mentalmente.

¿A mí qué?

—Que se los lleve el Diablo! ya que mi amo es tan injusto, que acabe el rezo i siga el canto!

Como a la hora, mi amo salió medio dormido del despacho, i en la penumbra del corredor álguien, dándole un abrazo, le dijo en voz baja:

—¿Me esperabas, Irenita?

—¡Demonios! gritó don Martin, haciéndole al bulto aquel los puntos con su carabina.

El bulto esclamó:

—¡Don Martin! soi el padre maestro de San Francisco!