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MEMORIAS

—Frai Can-Pino, frai Can-Pino! murmuró el santo relijioso al notar que yo le gruñia... i quiso franquear la puerta de que me habian hecho guardian.

Pero yo me hice el desconocido i le di la mas feroz tarascada en una pantorrilla.

El grito que lanzó el fraile despertó a doña Irene i a don Martin, apesar de que éste roncaba con un lastre de tres litros de ponche cabezon.

La escena fué ruidosa i de fatales consecuencias para mí: ¡todo por echarlas de perro leal i agradecido!

VIII

La batahola que produjo mi tarascada en la pantorrilla de frai Hilarion es indescriptible.

Doña Irene i don Martin, en paños menores, ella con una vela en la mano, i él con un grueso garrote enarbolado en lo alto, se deshacian en esclamaciones de sorpresa i de dolor; en tanto que el franciscano se echaba saliva en la mordedura, i decia a media voz:

—¡Maldito perro! desconocerme ahora, cuando tántas veces hemos hecho juntos el mismo camino!

—¿Está usted herido, frai Hilarion? preguntaba ella.

—¿Cómo ha sido esto? interrogaba el carnicero: ¿por dónde ha entrado su paternidad, que Can-Pino lo ha desconocido?

—¡Pícaro perro! morder a su paternidad!

—¡Perro hereje! morder a un santo sacerdote!

Yo, que creia haber cumplido con honradez i lealtad mi consigna, me habia quedado orgulloso,