Página:Memorias de un perro escritas por su propia pata.pdf/30

Esta página ha sido corregida
32
MEMORIAS

Los tales flatos, su costumbre de roncar como un marrano i la diferencia notable de edades entre él i su consorte lo habian obligado a separar cuarto i cama.

Un dia que, al amanecer salia a la calle don Martin (álias ño Martin) para irse al Matadero, se encontró con que doña Irene llegaba a la casa, cojea que cojea, alfombrilla i rosario en mano.

—¿De dónde venís, mujer, a estas horas? preguntó a su esposa el discípulo de San José, entre celoso i no celoso,

—Es que... te diré... iba a misa a San Francisco... cuando un maldito perro... a quien le pisé la cola, me dió una tarascada en este pié... sin hacerme otro daño que sacarme integro el zapato, que él se llevó en el hocico.

—Ah! me tranquilizo, mujer, yo creia que...

—¡Cómo! ¿habias tú dudado de mi fidelidad conyugal?

—Nó, nó, nó!... Yo creia que el perro te hubiera hecho alguna herida... i como andaba por aquí un perro rabioso... Pero, ya que todo ha sido perder un zapato... me doi por contento... ¡Milagro de mi patriarca San José! Ahora, cuando me desocupe, iré al centro a comprarte un par de zapatos a la última moda.

Todo esto, lector, supongo haya sucedido entre el carnicero i su esposa, por cuanto, una noche en que acompañó a frai Hilarion a casa de don Martin, al pié de doña Irene vi un zapatito huérfano, que en el acto yo reconocí, diciendo para mí:

—Juro que este zapatito es hermano del otro zapatito.

I en esta creencia me confirmó lo que me dijo