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DE UN PERRO

Los alumnos lo estrecharon preguntándole:

Quare causa, magister, castigat cane?

El fraile, echándose saliva en la mordedura, respondió en furibundo castellano:

—Porque me dolió ¡ca..!

En la clase de canto llano no me iba mejor.

Delante de un atril, parado en las patas traseras, i con las delanteras sobre la música me tenian horas de horas, oyendo cantar salmos i maitines, sin entender palabra del canto ni poder descifrar aquellas suciedades de moscas que llamaban corcheas i semifusas.

Cuando cantaba el coro, el director de orquesta solia darme con la batuta un golpe en la cabeza como para advertime que debia entrar a compas. Pero el palo me arrancaba un doloroso aullido, el concierto de los frailes se convertia en un verdadero concierto de animales a lo Iriarte.

Por estas i otras razones, principalmente por mi falta absoluta de vocacion para la vida monástica i de tercería, tomé el partido de desertar del claustro e irme a casa de la dueña del bullado zapatito.

Era ésta la mujer de un carnicero rico i tan beato que, apesar de ser gastrónomo i carnicero, no comia carne ningun viérnes del año. Eso sí, él no aconsejaba esa abstinencia a ninguno de sus clientes.

Su mujer, por el contrario, si los viérnes no comia carne de vaca o de cordero, nunca dejaba de comerla de otro animal.

Tambien diré en honor de la verdad que el tal carnicero era aficionado al ponchecito, nó por vicio, sino porque, segun él decia, sufria de flatulencias.