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DE UN PERRO

me habia echado, espiaba yo toda la escena anterior.

Un momento despues volvió a abrirse la puerta de la celda, i apareció el padrecito, pálido como un muerto i con los ojos salidos de las órbitas.

Se inclinó hácia mí i me dijo a media voz:

—Oye, perrito travieso: ¿tú has sacado un zapatito que no es mio?

Yo me hice el sordo i, meneando la cola i lamiéndome el hocico, me puse a hacerle gracias i fiestas.

Entonces, su paternidad se enderezó i esclamó con aire convencido:

—No, este perro es inocente.

I se fué al jardin en busca del zapatito.

Cuando después de algunos trajines, encontró aquella prenda, dió un grito de alegría, la levantó del suelo i la cubrió de besos.

En ese instante, el provincial salia de su escondite, cojia al fraile por una oreja i le decia lleno de evanjélico furor:

—¡Miserable pecador! ¿con que eras tú el cómplice de ese zapato impio? Aguarda un momento, que ya verás el castigo que voi a imponerte, vil gusanillo de la tierra!

El pobre fraile se quedó anclado, mudo como la estátua de Lot i con el zapato pegado a los labios.

Minutos mas tarde, toda la comunidad se encontraba reunida en la sala capitular.

Un lego vino a notificarle al fraile pecador:

—El padre maestro dice que en el acto concurra a su presencia su paternidad.

El padre obedeció maquinalmente i siguió al lego.