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DE UN PERRO

Pero no me tonsuraron, Acaso lo harian despues de mi noviciado.

Luego que me afeitaron, me dieron de comer. ¡Qué comida! Ni Platuni me daba mejor que comer.

Satisfecha mi hambre canina, fuí a echarme al pié de uno de los pinos del primer claustro.

Al verme allí los padres, se dijeron:

—Le gusta la sombra del pino. Pues bien, a éste can lo bautizaremos con el nombre de Can-Pino, aunque de ello proteste el redactor de El Porvenir.

I me quedé con el nombre de frai Can-Pino, o frai Campino a secas.

VI

Ah! cuando recuerdo mis aventuras de ahora años, porque es perro viejo el que esto escribe, de buena gana largaria una sonora carcajada haciendo memoria delo que en aquel convento me pasó.

Yo dormia en la celda de un padrecito de buen cuerpo i buena cara.

Tenia yo el instinto de todos los perros nuevos: me gustaba sacar en el hocico al patio todo lo que encontraba en el suelo de la celda en que me hospedaba.

Una noche, noche de verano, hacía un calor canicular, i ántes que amaneciera disperté. El postigo de la ventana estaba entornado, i me dije:

—Como la puerta tiene llave, tranca i cerrojo, por la ventana me salgo a jugar al patio.

Pero quise salir con algo en el hocico i, bus-