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MEMORIAS

Si yo hubiera tenido el dón de la palabra, les habria dicho a aquellos teólogos:

—Queridos hermanos, yo no puedo ser fraile porque no tengo vocacion para el oficio ni puedo hacer votos solemnes por las razones siguientes: 1.ª no puedo hacer el voto de pobreza, porque no me siento con ánimo de ser pobre i aún recuerdo el placer con que me exhibía en el Circo con mi traje galoneado de capitan; 2.ª no puedo hacer el voto de humildad, porque, si alguien me pisa una pata, no pondré la otra para que me la pisen tambien, i en esto imito a mis paisanos los presbíteros, que no ponen la mejilla derecha para que les emparejen la sangría, cuando les dan una bofetada en la mejilla izquierda, sino que sacan revólver i le dan un balazo al que los abofeteó; i 3.ª i ménos puedo hacer el voto de castidad, porque, en viendo una perrita de buenos bigotes como mi inolvidable Musidora, soi perro al agua, capaz de jugarle una mala partida hasta al mismo respetable público. Nó, señor, no tengo vocacion para la vida monástica.

Pero, como no tengo el dón de la palabra, me quedé sin decir chus ni mus.

A eso de las once de aquel dia, el barbero del convento, que lo era un lego viejo i mal humorado, me sentó en un sitial, i con unas enormes tijeras se puso a afeitarme, dejándome la cara como cara de fraile i cortándome la pera i los bigotes de que yo me enorgullecia en mi vida de artista i capitan de ejército.

En esos momentos, me decia para mis entrañas:

—Si el barbero me hace cerquillo, me doi por muerto... para el mundo de los profanos.