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DE UN PERRO

Restablecido el silencio, mi defensor continuó:

—Es de fé que la burrita de la Vírjen está en el Cielo; que el buei del Pesebre está en el Cielo; el perro de Santo Domingo está en el Cielo; el perro de San Roque está en el Cielo; el chancho de San Anton está en el Cielo; los caballos del carro del Profeta Elías están en el Cielo; i os más que seguro que tambien esté en el Cielo la gran bestia del Apocalípsis; ergo...

Esta sábia argumentacion teolójica arrancó salvas de aplausos de los capitulares.

Pero otro fraile, que tambien se declaró mi enemigo, tomó la palabra i se descolgó de esta guisa:

—Queridos cofrades, si estais dispuestos a recibir en nuestra comunidad a toda clase de animales, ¿no sentireis herido vuestro orgullo cuando El Porvenir anuncie en su seccion relijiosa que el padre tal ladrará las pláticas de San Roque, i el padre cual rebuznará en el púlpito contra los liberales i los masones?

Esto argumento pareció posar en el criterio de los buenos franciscanos. Por fortuna, o por desgracia mia, el provincial deshizo aquella mala impresion con estas contundentes razones:

—Hermanos, el perro tiene vocacion, i a lo ménos hai que darle el hábito de lego donado, si no queremos contrariar la divina voluntad. Lo haremos profesar con la reserva mental de que le damos el hábito franciscano con la condicion de que bajo su corteza perruna se esconde un alma dotada de razon. En votacion mi indicacion.

En favor de ésta votaron trece frailes en contra de siete que me negaron el hábito.

¡Iba, pues, a ser fraile por la docena del fraile!