—Por si este perro tiene el Diablo metido en el cuerpo, voi a rociarlo con agua bendita.
I salió, poniéndole llave a la puerta, i yo me quedé tranquilo haciéndome estas reflecciones:
—Cuando los padrecitos se convenzan de que no me he tragado al Diablo i me vean hacer jenuflecciones delante de todos los santos i de sus reverendas paternidades, qué buena vida voi a pasarme en los claustros de San Francisco!
A poco volvió el lego, caldereta e hisopo en mano, acompañado de dos frailes.
Me hisoparon con agua bendita i no reventé.
Entónces, el lego les contó lo que yo habia hecho delante del altar de San Roque, i no dando crédito a sus palabras, me llevaron al templo, seguido de toda la comunidad.
Cuando los frailes vieron por sus propios ojos que, frente a dicho altar, me paraba en dos patas i saludaba al santo i a mi conjénere que le acompañaba, el provincial dijo:
—Este es un prodijio, un milagro! Que lleven a ese animalito a la cocina, que le den un buen desayuno i que despues nos acompañe en el capítulo que quiero celebrar con toda la comunidad para acordar qué debemos hacer con este bendito perro.
Me llevaron a la cocina, i allí comí como un provincial. Sobre todo, les crucé a los porotos, que estaban como guisados por mano de monja.
En seguida me llevaron a la sala capitular, me sentaron en un sitial de cuero, i empezó el capítulo.
Tomó la palabra el provincial, i dijo a sus cofrades:
—Queridos hermanos en Jesucristo, nos en-