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MEMORIAS

sin un centavo en el bolsillo i temiendo encontrarme con un paco albondiguero.

Recordé entónces que en casa de la beata habia oido decir que en San Francisco daban las sobras de la comida a los pobres.

I a trote largo me dirijí a aquel convento, dando a entender a la jente madrugadora que no era yo un perro callejero, sino que iba al Mercado por encargo de mi patron.

Aclarando llegué a San Francisco.

Ya algunas beatas, de esas que amanecen con bochornos, esperaban que el sacristan abriese la puerta del templo.

Por fin, un lego la abrió.

Tanto porque hacia un frio glacial como por miedo a la estricnina, me colé entre las beatas a la Casa de Dios.

Yo sabía que Jesus habia echado a latigazos del templo a los mercaderes; pero ignoraba que ahora entran los mercaderes i echan a latigazos a los perros.

Así, no hizo más que verme el sacristan, i sacudirme su cordon por los lomos.

Pero, al huir i al pasar frente a un altar de San Roque, me paré en las patas traseras e hice una reverencia.

Esto me salvó, pues le oí decir al lego:

—Este perro tiene vocacion.

Me acarició i me llevó a su celda.

V

Cuando me encontré en la celda del lego sacristan, éste dijo en voz alta: