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MEMORIAS

—¡Adios, mi plata! dije para mi coleto: esta noche vamos a parar a la cárcel! De seguro estos jendarmes nos han tomado por dictatoriales, por conspiradores; i, si no nos fusilan, nos llevan a la Penitenciaría.

Yo calumniaba a la policía de Santiago!

Aquellos amables serenos, en vez de pensar en reducirnos a prision, sabiendo que los enamorados no comen i viven de puro amor, con la mayor amabilidad nos invitaban a comer unas albondiguitas, preparadas de ex-profeso para nosotros,

¡I dirán que el Gobierno es malo! ¡i les da de comer hasta a los perros!

E iba ya a servirme yo mi racion, cuando el quiltrillo que me enroló en la leva me dijo al oido:

—No coma usted!

—¿Por qué despreciar a estos caballeros su obsequio?

—¡Obsequio! esas albóndigas tienen estricnina, i, si usted las prueba, en el acto se envenena. Finja usted que se las come i despues se hace el muerto, si quiere escapar vivo,

Aquel buen consejo me salvó la vida.

Despues finjí que comia, me tendí largo a largo en el suelo, i con el rabillo del ojo me puse a Observar lo que pasaba a mi alrededor, al lado de mi noble consejero, que me dió el ejemplo,

Luego me dijo:

—Patalee cómo yo, para que los pacos crean que el veneno nos está haciendo efecto.

—¿I no se enojarán porque pataleamos? le pregunté.

—No, respondióme, porque el único derecho que tenemos en Chile los perros i los dictatoria-