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MEMORIAS

sufria, empeorando a su vez todos los enfermos de lipiria.

—Una observacion. Mi amo el inválido no endulzaba su ponche con mi azúcar. ¿Por qué? Misterio!

Cierto dia en que me hacian lucir en la acera de la calle mis habilidades militares, acertó a pasar por allí un italiano, a quien todos llamaban con el nombre del señor Platuni, que trabajaba en el Circo Trait con una compañía de perros i monos sabios.

Al instante se dirijió a mi amo i le dijo:

—¿Cuánto volete per cuesto cane?

—Cien pesos, respondió el inválido.

El bachicha los sacó de su cartera i se los entregó al cojimanco, que se santiguó con ellos, los metió en su bolsillo, me dió un beso en el hocico i, cojeando, cojeando, se fué a un despacho a beber aguardiente.

¡Me vendieron; pero no me vendí!

Llegué al Circo con mi nuevo amo, i fuí presentado a todo el personal de la compañía. Habia entre los perros una perrita que, por sus ladridos, creí debia ser la tiple de la compañía: ¡yo pensaba que aquella era una compañia lírica! Yo quedé prendado de la perrita.

La noche de mi estreno, lucí un traje nuevecito, mui galoncado, i un quépis de capitan. ¡Por que me habian vendido, me creyeron acreedor a un ascenso! ¡Qué mundo éste, qué mundo!

El público me aplaudió a morir, sobre todo los militares, cuando me ejercitaba en el órden disperso.

Esa noche el siñor Platuni recojió mucho dinero, del cual creí nos tocaria una buena parte a