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MEMORIAS

ser leal como un perro i que, ni por todo el oro del mundo, habria traicionado al que me daba un hueso que roer?

Pero los hombres dicen: los palos enseñan a jente.

I yo digo: los palos me enseñaron el órden disperso.

En efecto, a las cuatro o cinco lecciones, me aprendí la nueva táctica al dedillo.

En cuanto el veterano me gritaba:

—Chorrillos, en órden disperso, ¡marchen! i simulaba darme dinero, que tambien yo finjía recibir con la pata izquierda, ponia la culata de mi fusil hácia arriba i en cuatro patas echaba a correr en direccion a las filas enemigas.

Tan satisfecho estaba el inválido conmigo, que un dia me lanzó este piropo, que me llenó de orgullo:

—Has aprendido tan bien el órden disperso, que ni hijo de mi jeneral que fueras!

Al dia siguiente, mi quépis tenia dos galones.

¡Me habian ascendido a teniente!

Pero no por eso me dejaba descansar el cojo veterano; al contrario, los ejercicios se repetian muchas veces al dia, pues mis admiradores pagaban la paciencia de mi maestro en buenos vasos de ponche.

Este trabajo contínuo, que no me dejaba tiempo ni para hacer mis mas urjentes dilijencias, acabó al fin por enfermarme de estitiquez.

I, para remate de la obra, cuando queria hacer lo preciso, los malditos muchachos del conventillo se encadenaban por el dedo meñique i me dejaban a mí en agonías de muerte.