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LA REINA ISABEL

vanecieron, ó resueltos ó á medio resolver, perdido el gran interés que á los hombres movía en favor de ellos. Resta el problema nuevo que avanza sobre tanto escombro, el problema del vivir, de la distribución equitativa del bienestar humano, y de las vindicaciones que, apenas intentadas, difunden por todo el mundo la desconflanza y el pavor. Todo eso viene, y ante esta intensa aspiración general de incontrastable poder, la historia de ayer quedará reducida á cuentos vanos, y las figuras que fueron grandes ó que lo parecieron, mermarán hasta llegar á ser apenas perceptibles. El reinado de Isabel se irá borrando de la memoria, y los males que trajo, así como los bienes que produjo, pasarán sin dejar rastro. La pobre Reina, tan fervorosamente amada en su niñez, esperanza y alegría del pueblo, emblema de libertad, después hollada, escarnecida y arrojada del reino, baja al sepulcro sin que su muerte avive los entusiasmos ni los odios de otros días. Se juzgará su reinado con crítica severa: en él se verá el origen y embrión de no pocos vicios de nuestra política; pero nadie niega ni desconoce la inmensa ternura de aquella alma ingenua, indolente, fácil á la piedad, al perdón, á la caridad, como incapaz de toda resolución tenaz y vigorosa. Doña Isabel vivió en perpetua infancia, y el mayor de sus infortunios fué haber nacido Reina y llevar en su mano la dirección moral de un pueblo, pesada obligación para tan tierna mano.