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LA REINA ISABEL

tiva cultura tuvo por maestra la pedantería de aquellos tiempos y el discreto saber que entonces se acumuló en escuelas y talleres. Y es indudable que el ejemplo más pernicioso que nos legó aquel reinado, fué un nuevo mandamiento de novísima ley que entonces empezó á tener franco uso: "Hagamos todo lo que se nos antoje, y cada cual observe la ley de su propio gusto.„ El cumplimiento del deber, desde aquellas décadas, rige sólo para los tontos, y de éstos, rodando años y días, van quedando muy pocos. En cambio, acrece prodigiosamente el número de hombres agudos, chistosos y neciamente prácticos, maestros en la sutil corruptela de hacer cada uno su santa voluntad, revistiendo el desafuero de formas hipócritas, y pagando á la ley un tributo externo por medio de figurados resortes y artificiosos mecanismos que imitan los de la ley. Este mal viene de allá, de los enmarañados tiempos en que difícilmente se veía la relación entre los efectos y las causas. Su impulso inicial nadie sabe dónde estuvo; pero de allá procede, sin duda, esta facilidad para erigir en norma de la vida los propios gustos, como este amaneramiento social de tomarlo todo á broma y el hablarlo todo en chistes, ocultando la desvergüenza con módulos de lenguaje á veces ingeniosos, signo y marca indudable de nuestra decadencia.

¿Y cómo dudar que de los días de lísabel nos vino el caciquismo, ahora más terrible y devastador que en sus orígenes, porque lo