cíftcamente con otro reinado en que la mayor cultura facilitara la acción gobernante. Y á esta paz relativa, alivio más que remedio de tantas guerras y trifulcas, hubieran llegado las dos Equis con sólo abstenerse del gran error de aquel tiempo, que fué la desheredación de los progresistas. Invitados éstos al juego constitucional, y sacadas sus ánimas del Purgatorio del ^yuno crónico, habrían dado á la patria grandes hombres, y, sin duda alguna, nueva Equis de esclarecido brillo en nuestra Historia... Mas todo esto es sueño, y sólo en sueños han existido estos Equis, correctores del Destino y de la adversidad humana.
Es consuelo aceptable, á falta de otros, el rectificar en sueños nuestras desdichas y las ajenas. ¿Quién asegura que este mismo sueño del rey Equis y del ministro Equis, no lo tuvo en sus tristes días la desgraciada doña Isabel? ¿Y quién asegura que no lo tiene ahora"?
¡Cómo ha dé ser! Por no haber agregado á la inocente Isabel las dos Equis, todo se lo llevó la trampa, y las buenas cualidades de la Reina, ineficaces para la salud de la patria, sólo han servido para que algunos, quizás muchos ciudadanos agradecidos, puedan enaltecer su memoria. La bon-