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LA REINA ISABEL

cíftcamente con otro reinado en que la mayor cultura facilitara la acción gobernante. Y á esta paz relativa, alivio más que remedio de tantas guerras y trifulcas, hubieran llegado las dos Equis con sólo abstenerse del gran error de aquel tiempo, que fué la desheredación de los progresistas. Invitados éstos al juego constitucional, y sacadas sus ánimas del Purgatorio del ^yuno crónico, habrían dado á la patria grandes hombres, y, sin duda alguna, nueva Equis de esclarecido brillo en nuestra Historia... Mas todo esto es sueño, y sólo en sueños han existido estos Equis, correctores del Destino y de la adversidad humana.

Es consuelo aceptable, á falta de otros, el rectificar en sueños nuestras desdichas y las ajenas. ¿Quién asegura que este mismo sueño del rey Equis y del ministro Equis, no lo tuvo en sus tristes días la desgraciada doña Isabel? ¿Y quién asegura que no lo tiene ahora"?

III

¡Cómo ha dé ser! Por no haber agregado á la inocente Isabel las dos Equis, todo se lo llevó la trampa, y las buenas cualidades de la Reina, ineficaces para la salud de la patria, sólo han servido para que algunos, quizás muchos ciudadanos agradecidos, puedan enaltecer su memoria. La bon-