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B. PÉREZ GALDÓS

Recordando después, lejos ya del palacio de Castilla, las últimas expresiones de desaliento que oímos á la Reina caída, y aquella otra declaración que en anterior visita hizo, referente á los defectos y virtudes castizas que reconoce en sí, vine á pensar que sus virtudes pueden pertenecer al número y calidad de las elementales y nativas, y que los defectos, como producto de la descuidada educación y de la indisciplina, pudieron ser corregidos, si en la infancia hubiera tenido Isabel á su lado persona de inflexible poder educativo, y sien la época de formación moral la asistiese un corrector dulce, un maestro de voluntad que le enseñara las funciones de soberana constitucional, y fortificara su conciencia vacilante y sin aplomo. No se apartaba de mi mente la imagen de la dama bondadosa, tal como en sus floridos años nos la presentan las pinturas de la época, y pensando en ella hacía lo que hacemos todos cuando leemos páginas tristes de un desastre histórico y de las ruinas y desolación de los reinos. Nos complacemos en desbaratar todo aquel catafalco de verdades y en edificarlo de nuevo á nuestro gusto. Yo reconstruía el reinado de Isabel II desde sus cimientos, y á mi gusto lo levantaba después hasta la cúspide ó bóveda más alta, poniendo la fortaleza donde estuvo la debilidad, la prudencia en vez de las resoluciones temerarias, el sereno sentir de las cosas donde moraron la superstición y el miedo. Y en esta reconstrucción, empezaba,