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LA REINA ISABEL

ritu de la Reina con la fina lisonja que su cortesía y su cariñosa adhesión le dictaban. Ponderó los progresos del reinado de Isabel II, el desarrollo de la riqueza, la difusión de la cultura, el aumento del bienestar; señaló las puras glorias de la guerra de Africa, las victorias logradas en el terreno del arte y las letras; los ferrocarriles, y tantas otras cosas que la Reina no encontró el día de su advenimiertto y dejó el día de su fln político. Pero aun teniendo estas afirmaciones en boca del embajador toda la verdad del mundo, no convencían á la Reina de la fecundidad de su reinado. "Pero hay más, mucho más—decía—que pudo hacerse y no se hizo: ha faltado tiempo, ha faltado espacio... Yo quiero, he querido siempre el bien del pueblo español. El querer lo tiene una en el corazón; pero ¿el poder, dónde está?... Sólo Dios manda el poder cuando nos conviene... Yo he querido... El no poder ¿ha consistido en mí ó en los demás? Esta es mi duda.„

Llegó el momento de la despedida. La Reina, que deseaba moverse y andar, salió al salón, apoyada en su báculo. Fué aquélla mi postrera visita y la última vez que la vi. Vestía un traje holgón de terciopelo azul; su paso era lento y trabajoso. En el salón nos despidió, repitiendo las fórmulas tiernas de amistad que prodigaba con singular encanto. Su rostro venerable, su mirada dulce y afectuosa, persistieron largo tiempo en mi memoria.