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pre volvimos a ver levantarse el día, y ya llegaba de nuevo la noche cuando entramos en Yeniseisk. Aboné lo prometido a Basilio, que estaba extenuado de hambre y de fatiga, y comencé a buscar quien me alquilara un trineo y algunos perros o renos para marchar a Kres- towa. Esa noche descansé en Yeniseisk, pues reflexioné que me aguardarían muchas y muy malas antes del regreso.
Al amanecer huía hacia la tundra.
Iba yo solo en el trineo, no dominado ya por la serena imagen de Ana, sino por una especie de fiebre que me obligaba a agitar el látigo y a azuzar los perros a una carrera desenfrenada. Andaha de día y de noche, deteniéndome en algún pueblo sólo lo preciso para cambiar los perros o beber un poco de te. A veces comenzaba a desfallecer, debilitado por la falta de alimentación y de sueño, mas pronto conseguía dominarme y volvía a agitar con más ímpetu la marcha...
Desaparecieron los bosques, sólo restaba la llanura helada del río Yeniseisk que se perdía
a lo lejos y en cuyos bordes crecía a trechos