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tarde en el tren correo que pasaba para Kras-
nolarsk.
TIT.
Días después llegaba a Krasnolarsk antes del amanecer. Entre las nieblas asomaban los faroles de los trineos y aun la ciudad se dibu- jaba vagamente. No quería aguardar la mañana en Krasnoiarsk, pues me parecía interminable el tiempo que había empleado en el viaje y me irritaba la idea de retardarme unas horas. Llamé un cochero que pasaba y le ofrecí cien rublos si me conducía a Yeniseisk en su tri- neo. El hombre me contempló titubeando. En realidad, era extraño ofrecer una suma tan elevada, pero más extraño aun recorrer bos- ques en la obscuridad. Concluyó por aceptar y descendimos hasta las riberas del río helado que comenzamos a costear, alejándonos de las calles anchas de Krasnoiarsk. Atravesamos
entre los bosques de abetos transformados en