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Al final de esta carta, Ána me participaba su alarma, pues habían llegado a Krestowa unos fanáticos, propagandistas del soviet.
— «Dos epidemias» — decía — «están destro- zando la Rusia. El comunismo, que ya llama a las puertas de Krestowa, y la viruela, que des- pués de diezmar las poblaciones vecinas, está haciendo estragos por estos alrededores.»
Quedé preocupado. La situación de Ana se presentaba día a día más difícil y las cartas que tanto esperaba, en vez de apaciguarme, me hacía anbelar otras.
Así como el año anterior, no logré calmarme hasta retornar al Norte, que esta vez me dejó volver a B... sin noticias de mi amiga. Era principio del otoño, los hielos bloquezban el mar y convertían parte del Yeniseisk en una llanura helada. Hasta los primeros calores debía conformarme en habitar B... Algunos de mis compañeros del «Cosiana» que bajaban a San Petersburgo, me instaron a que los acom- pañiara, y como hasta la primavera el tiempo se me hacía insoportablemente largo, decidí
seguirlos para conocer la ciudad que tanto