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mente, pues la idea de depender de su antigua criada se le hace intolerable. Nunca, con mi madre, queremos tocar el tema, pues ambas comprendemos que sería para enardecer más nuestro sufrimiento. Pero muchas veces hemos pensado cuánto mejor sería haber muerto en el pedazo de tierra en que hemos nacido. Siempre este cielo blanco, siempre las enormes masas de hielo que se agrupan en las orillas, un delirio de blancura que primero deslumbra y que termina por enloquecer!»
Me dejó entristecido la rebeldía creciente de Ana; se leía a través de su carta las doloro- sas nostalgias del desterrado. Regresé a B... deseando el instante de volver a ver las riberas del Yeniseisk. Entretanto la situación de Rusia se agravaba y la marea roja iba inundando todo el territorio.
Hube de permanecer el invierno en B... aguardando impaciente el deshielo de las aguas para que el «Cosiana» reanudara sus viajes. El recuerdo de Ana se iba tornando una obsesión. Por fin llegó la primavera y zarpamos para el Asia. Pero ninguna correspondencia me