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saría en esta amiga desconocida e importuna, que le toma los ratos de escritura que Ud. desearía dedicar a otra persona, quizás a su madre o a su amada.» Traté inútilmente de disuadirla. Habíamos anclado y ella descendió a recoger sus maletas para marcharse. El capitán, que había bajado a la bodega, me mandó llamar para ayudarlo a dirigir la des- carga. Cuando volví a subir al puente ya era muy tarde y un sol fuerte hacía relumbrar

las torres de Yeniseisk.

TI.

Fuera que me había acostumbrado a verla, O que, aunque quería desechar esta idea, le había tomado afecto, no me habituaba a la ausencia de Ana.

En el siguiente viaje al Yeniseisk, cuando llegamos a X... el capitán me llamó para entregarme una carta que trajo el correo. Adiviné las líneas que Ana me prometiera y

la abrí ansioso de saber por fin algo de ella.