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con ellas, se despidió de mí, pues quería salu- dar también al capitán. Estreché la mano que Ana me tendía desecándole fuera corto el tiempo que debía permanecer en Krestowa.

— «Gracias» — contestó; — «ya le he expre- sado mis ideas y difícilmente cambiaré de resolución.»

Alargaba la despedida como si deseara decir algo, que no se animase, mas al oir que la condesa la llamaba para partir, añadió rápi- damente:

— «Quisiera escribirle, señor Glasow, para que al hallarme en el destierro entre caras extrañas, pueda alguna vez refugiar mis líneas en un amigo.»

Le agradecí la honra de ser el elegido y que tendría sumo agrado en contestar sus cartas.

— «No» — insistió suavemente — «no quie- ro sus respuestas. Posiblemente no nos volve- remos a ver, pero cada tiempo Ud. recibirá mi carta; si tuviera que responderla sería pronto una obligación abrumadora que conclui- ría por hacerle desear que no siguieran llegando

mis letras. No se acordaría más de mí y pen-