se tiene derecho para desesperar de nada y menos aun de una reacción política que debe venir, pues el nuevo régimen ha surgido con demasiada violencia para poder durar.» Ella me interrumpió con el ceño fruncido y la voz firme. — «No. No.regresaré nunca a mi patria. Aunque reinara la paz, mismo aunque dejara de existir el soviet y volviera la monarquía, ¿A qué volver si ya no encontraré nada de lo nuestro, si ya los parientes y amigos han muerto, si lo único que quedará serán las hue- llas de la barbarie? Seré más extraña en mi suelo y bajo nuestro antiguo techo, que en la cabaña de Krestowa. Es inútil esperar, lo pa- sado no puede volver.» Su tono no admitía réplica y se leía en sus pupilas, que se habían tornado plomizas, una voluntad inflexible. Unas horas más tarde distinguíamos las rocas rojizas de Krasnoiarsk. La víspera del arribo a Yeniseisk hube de dirigir los prepara- tivos para el desembarco de la carga y terminé mi tarea ya entrada la noche, sin haber vuelto
a ver a la señora ni a la señorita de Prazinka.