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—añadió el viento, esfumando la voz para que no lo oyeran.
Y todos horrorizados quedaron en silencio. Pero al pasar Zedra, junto al blanco rosal, una de las flores le murmuró quedo al oído:
—«Recupera tu alma, Zedra: vuelve al bosque donde te esperan tus hermanas y tus amigos las plantas y los pájaros.»
—«¡ Oh! ¡sí !» —exclamó la esclava dejando rodar sus lágrimas. — «¡ Si pudiera regresar junto a los que me aman!...>»
—«Es posible lo que deseas, si estás deci- dida.»
—«Lo estoy» —repuso la hija de la selva— «nada me retiene aquí.»
—«Toma una espina de mi tallo y clávala en el corazón del príncipe esta noche. Pero apresúrate, que cuando llegue la aurora será tarde.»
—«¡Asesinar a Jorza !» —repitió espantada la esclava.
—«¿Acaso él te ama? ¿No es preferible volver a ser lo que antes, a morir sin dejar siquiera el recuerdo?»