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y la mujer del bosque, que sólo el corazón le había quedado en el cambio, y que su pa- sado únicamente era el rival de su presente. Comprendió que el príncipe la amaba, pero bella y joven, todo lo que ella había sacri-

ficado por conseguir su amor.

v.

La noche está clara y serena.

La luna creciente se refleja cortada en las ondas negras del lago, en cuyo torno duermen los flamencos rosados y los blancos pavos reales. Con paso lento atraviesa el jardín una sombra. Los flamencos, despertados por. el crujir de la arena, extienden la mirada en torno suyo y no divisando nadie interrogan a las hojas de los árboles.

—«Es una esclava del príncipe. Una pobre pecadora que mañana debe morir.»

—«¿Por qué debe morir mañana?» —pre-

guntaron en murmullo las aguas del lago.