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—«¿En la mujer de cabellos bronceados y pupilas color de follaje?»
—«¿Cómo sabes? ¡Dime !» — interrumpió Jorza impetuosamente.
Y ella te ama» — prosiguió impertur- bable la esclava; — «quizás aun más que tú; te ama tanto que ha llegado a sacrificar lo más preciado por hallarse junto a tí».
—<Explícate, no entiendo» — exclamó extra- ñado el príncipe.
—«¿No entiendes? ¿No encuentras en mí a la mujer del bosque? ¿No sientes bajo estos despojos humanos el corazón de la hija de la selva? ¿No has escuchado su voz? ¿No has comprendido su alma?»
Era una revelación tan increíble que Jorza sonrió desdeñoso diciendo: — «Podrás leer en mi corazón, pero difícilmente podrás enga- ñarlo».
Y en sus ojos moribundos hubo un gran destello de tristeza que se perdió en las selvas lejanas.
Entonces Zedra recordó que había perdido su belleza, que nada común existía entre ella