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vió su vista hacia la desconocida y le pre- guntó suavemente:
—«¿Qué deseas, buena mujer?»
Los ojos opacos de la desconocida se detu- vieron en el semblante bondadoso del príncipe, y oprimiendo con más vehemencia su mano abrasada, murmuró:
—«¡Es tan difícil lo que deseo! Quiero ser vuestra esclava.» Se cruzó una mirada soca- rrona entre los eunucos; una mujer olvidada de la belleza y la juventud entre las hermosí- simas jóvenes del príncipe.
Jorza sonrió con dulzura:
—«¿Mi esclava? ¿Para qué las quiero si voy a morir tan pronto? Sin embargo, deseo satisfacerte. ¿Posees algún arte? ¿Sabes can- tar? ¿Dar a la cítara el rumor de las hojas? ¿Recitar dulces poesías de amor?...»
Ella susurró: — «Sé algo mejor que todo eso. Sé leer en tu pensamiento.»
Vago color animó las mejillas del prín- cipe.
—«Puedes quedarte.»