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pero al recuerdo del cazador de antílopes aña- dió resuelta: — «Tómala; sólo deseo” estar cerca de él.»
Kondja, bajando los párpados para ocultar las pupilas que relampagueaban de gozo, insistió aún:
—«No te apresures a cometer un acto que más tarde no podrás reparar. Piensa que al perder tu alma inmortal no la recuperarás ya más, y que tu vida sólo durará el tiempo de tu ensueño y que se romperá junto con él.» Pero Zedra no titubeó:
—«¿Crees, Kondja, que podría reanudar mi vida anterior? ¿No piensas que el más mínimo ruido del bosque me sobresaltaría, esperando continuamente, y quizás en vano, verlo apa- recer otra vez?»
—«Reflexiona» — replicó Kondja.
—«He decidido y no me rectificaré».
—+«Sea! Pero que no llegue el arrepenti- miento demasiado tarde cuando no haya lugar
para él».
Cedía ya la tarde a la noche...