TI.
Es una cueva en el corazón de la selva y su entrada está cubierta por una maraña de espinos.
Junto a la hoguera que arde en el centro un hombre de largas vestiduras rojas prepara un filtro. Desde un rincón un mono lo con- templa meditando, y parece que hubiera algo semejante entre los rostros extraños de los dos, y entre sus ojos pequeños dormidos a la sombra de unos mechones grises. El hechicero coloca el filtro en el fuego y el líquido co- mienza a bullir.
Los ojos del nigromante despiertan cobran- do extraño fulgor: es el producto de tantos años de sacrificio que ha llegado: es el elixir de la eterna juventud.
De fuera llega un crujir en la hojarasca y al sentirlo vuelven a nublarse los ojos del hechicero que se apresura a ocultar la redoma.