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a detener; una mujer, de crenchas bronceadas y hermosos ojos de esmeralda, ha aparecido en su camino y lo contempla fija y severa.
—«¿Dónde vais?» —le pregunta.
—«Detrás de un animal que he herido» — respondió Jorza.
—«Déjalo, que es mío; y vuélvete» — dijo la desconocida. Su voz era imperiosa y extraña.
El cazador estaba tan azorado de lo que ocurría que continuaba inmóvil.
—«¡Vete!» — ordenó la dueña del antílope.
—«¿Te incomoda mi presencia?» — interrogó tristemente Jorza. Pero ella, sin escucharle, ya había desaparecido en la espesura.
No tardó el príncipe en reaccionar, y olvi- dando la primera presa, se lanzó en pos de la desconocida; mas a los pocos pasos sintió helarse su cuerpo y vacilar su cabeza, creyó ver danzar el boscaje, y sus manos tentaron
en vano asirse a la crin del corcel.